No conozco asesino más frío que el segundero, que me muestra con suma calma como poco a poco me va robando la vida, como con cada amartillado movimiento preciso, me va acercando a mi inevitable muerte.
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Esa es la maldición del ser humano, saber que tarde o temprano morirá, saber que nuestros padres nos regalan el milagro de la existencia, pero al mismo tiempo nos condenan a morir.
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El punto será que tan conscientes somos de esto, que tan presente tenemos el paso momentáneo por la vida, que comparado con los tiempos del universo, resulta ridícula e inverosímil nuestra existencia por lo instantánea que es.
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Y en este momento que sigo viendo el reloj, puedo ver como el pasado y el futuro se mezclan para engañarme con que el presente existe, pero que solo la persistencia de la memoria es la que me permite aseverar que estoy vivo, se podría pensar que con estos pensamiento oscuros estoy sumido en la melancolía, pero al contrario, es la vida la que celebro, este momento de excepción conforme a la no existencia, es el que disfruto, el que entiendo, y al que quiero exprimir hasta el último segundo que tenga, ese es mi desafío hacia el reloj que me observa retador desde el fondo de la pantalla.
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Entonces lo veo; cuando la muerte nos acecha por todos lados, solo nos queda una cosa por hacer… vivir.