Arcade Fire (Music Beyond Music)

Incluso la noche parece ser la correcta, los años de espera y de falsas alarmas, parecen llegar a su fin, la expectativa lleva mucho germinando, esa espera se va convirtiendo, conforme se acerca el momento, en una electricidad que pasa de uno a uno en los espectadores que se reúnen aquí.
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Y si, por fin después de tantos rumores y confirmaciones, Arcade Fire, esa banda extraña de sonido tan único, esa misma banda ecléctica que cosecho elogios de críticos ásperos en el medio, salta al escenario en medio de la oscuridad, y con los primeros acordes iluminan todo el palacio de los deportes, y lo llenan de esa energía inexplicable que hace que vibre hasta la parte más recóndita del cuerpo, fusionando así la fonética con la materia.
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Después de un par de canciones, una atemporal Régine Chassagne se posesiona del escenario, renunciando a su condición humana y metamorfoseándose en música pura, vibrando con los violines, vibrando con las percusiones, al tiempo que el sonido emerge y llena cada milímetro cúbico del local, pero no se registra en los oídos, penetra por los poros, genera la catarsis, completa la comunión, permite a las miles de almas que se concentran en el Palacio, ser parte misma de la canción Sprawl II (Mountains beyond mountains), si las lágrimas no brotan en este momento, es porque posiblemente se carezca completamente de emociones.
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El grupo intercala canciones de su nuevo álbum The Suburbs y del anterior Neon Bible, pero se concentran en el que les permitió darse a conocer: Funeral, y una a una las piezas al ser ejecutadas se van haciendo corpóreas, ubicuas, omnipotentes, al comenzar Lies (Rebellion) es imprescindible tomar un poco de aire para evitar que los ojos empañen la vista y se pierda algún detalle. Así los sonidos se convierten en un pincel, y a pinceladas se crea una obra de arte que el artista, a cada trazo, sabe que se quedará grabada en la memoria, nadie aquí es ajeno a la belleza, y el grupo sabe que cada movimiento, cada pieza, cada coro, enmarcan un momento emotivo en la vida de cada espectador; No presentan un concierto para un público, lo hacen para una memoria colectiva, lo hacen para la historia individual de cada uno de nosotros. El referente de un momento único.
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Al final el in crescendo que la marca del grupo característico del grupo funciona en cada canción, la fuerza que utiliza Richard Parry, el emblemático y pelirrojo percusionista que, al igual que todos los que lo observamos, terminamos poseídos y cuasi enloquecidos por el éxtasis logrado, termina por, literalmente, apuñalar el tambor en repetidas ocasiones con la baqueta, demostrando, una vez más, que la música es más grande, incluso que los intérpretes, el golpear de forma violenta una palma contra la otra, queriendo hacerlas sangrar resultan insuficientes, un grito trata de encausar toda la emoción que se ha engendrado; el vello erizado, los ojos húmedos, la hipnosis colectiva, es solo parte del peaje que este viaje insólito cobra por apartarnos del mundo de lo convencional. Miles de voces convergen y, como una sola corean sin ninguna música, el hechizo no se ha roto aún, el canto se resiste a detenerse, el grupo se convierte ahora en el espectador y contempla al monstruo que se resiste a morir, el coro ya es cíclico... no reconoce principio ni fin.
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