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La tarde que vi en vivo a Sigur Ros, no fue marcada solo por ese suceso...
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Existe mucha expectación, solo falta una presentación para que Jónsi y compañía inunden el Valle Sagrado de Tepoztlán con su post rock melódico, un solista aborda el escenario armado con un violín... y por un momento nos olvidamos de la espera, mientras las notas de instrumento de cuerdas y un silbido llena el valle.
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Era Andrew Bird, cuya presentación fue el mayor triunfo del festival de ese día, pues los problemas con Orri de Sigur y la logística de la organización dieron al traste con una idea muy bella.
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Han pasado casi tres años desde entonces, el personaje espigado y de vestir estrafalario que arroja los zapatos sin que hayan pasado cinco minutos arriba del escenario ya no es un extraño para mí, pero me revela que jamás dejará de sorprenderme. Ahora se presenta en el Teatro de la Ciudad de México, las sombras lo envuelven, pero la luz que emana lo hace vibrar como vibró entre las montañas mágicas de Tepoztlán, la barba crecida, pero el mismo espíritu, que en toda la noche habrá de chocar con la apatía de un público que poco a poco se deja convencer.
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Antes de él Zoë Keating demuestra el porqué hace dupla en el cártel junto al Sr. Bird, usando loops (pistas grabadas que se sincronizan para crear una armonía), en el mismo estilo, creando bellas piezas de música de cuerda que inundan la sala. Tal vez con lo único con lo que me quedé con ganas en la noche fue el escucharlos a dúo.
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De nuevo como en Tepoztlán, sin un saludo, sin una presentación, directamente a lo suyo, Andrew Bird comienza su concierto mostrando enseguida su maestría sobre el violín y sobre el silbido, lo acompañan una guitarra, un xilófono, su voz, dulce y potente y un sin fin de pedales, con los que confecciona por capas que va texturizando para transportarnos o para comunicarnos algo, algo que solo podemos intuir, pero que sabemos que está allí, parte del soundtrack de una vida.
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Las piezas se convierten con demasiada prontitud en material de recuerdo, los vaivenes musicales nos llevan, pero se diluyen mientras la noche avanza, tal vez Andrew mereciese un mejor público, pero él se extrae del inmueble y se sumerge en su música, “no toca el instrumento, se sube en él y viaja” digo en voz alta, y cierro los ojos y viajo con el “Fake Palíndromes” se convierte en el epítome del viaje...
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Después de doce piezas magistrales Andrew Bird se aleja de sus instrumentos, tiene un leve cojeo, el telón se cierra tras de él, las luces nos despiertan a muchos de un sueño que no consta de imágenes, sino de melodías. Doloroso despertar.
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Para Ale que sé que adora a Andrew como yo...
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