De repente me recuerdo, en lo más tierno de mi infancia, rememoro lo novedoso del mundo, recuerdo tener sueños, recuerdo el sol filtrándose en medio de las hojas de las copas de los árboles, recuerdo correr por el pasto, recuerdo bastante de mi niñez, y de igual forma recuerdo lo que imaginaba que sería cuando creciera.
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Así que recuerdo cuando me imaginaba tal como soy ahora...
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Y es gracioso, cierro los ojos y me veo de nuevo, pequeño, en ese mundo de gigantes que me resultaba entonces, donde correr y tropezarse era cosa de todos los días, los miedos eran por las cosas inexistentes, y los peligros reales no se veían. Y me pregunto si así es como esperaba que fueran las cosas... Y la verdad es que no lo sé.
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Ahora tampoco identifico como míos los deseos de aquel entonces, en base a eso, hay una parte que no reconozco.
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Todos tenemos sueños que resultan inalcanzables; ser invisible, viajar a otra galaxia, dar saltos cuánticos, etc., mientras que otros son perfectamente plausibles, hasta que llega un momento en que nos dejan de interesar, o simplemente los suplantamos con otros. De esa forma, ni siquiera en nuestros sueños somos un ente constante, nuestros objetivos siempre van cambiando, así como nuestra forma de ver la vida.
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El cumplir con los sueños de la niñez no necesariamente nos lleva a la felicidad, así como el incumplimiento de las expectativas, pues no somos los mismos en cada momento de nuestras vidas, aún si es cierto que es sano en cierta medida preocuparse por el futuro, es un error vivir la vida en base a él; Ni pasado, ni futuro, solo queda aferrarnos a ese breve instante de transición entre ambos, que de hecho y prácticamente, es todo lo que tenemos.
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Y yo no soy el que era, ni era el que soy ahora, así que no seré ni el que soy ni el que fui... simplemente soy yo.