Al
momento de escribir estas líneas la cuenta regresiva se sigue reduciendo
segundo a segundo hacia el fin del mundo, eso es un hecho, pero lo que siempre
ha desatado una gran polémica en sí, es el tiempo que resta en dicha cuenta.
Hoy
es la fecha icónica que los agoreros del fin del mundo han esgrimido como plazo
para la terminación de los días, de acuerdo al término de la cuenta larga del
calendario maya y que han hecho coincidir con algunas otras profecías de distintas
latitudes, como las de los egipcios, el mago Merlín e inclusive el infaltable en
casos de apocalipsis: Nostradamus.
A
pesar de un poco de psicosis manifestada en los últimos meses, la humanidad
parece seguir con la rutina con total normalidad este día, difícilmente alguien
ignora las predicciones, pero la certeza de que el sol seguirá saliendo cada
mañana ganó terreno sin lugar a dudas. Tal vez sea bueno que la gente no se
entregue al pánico por temores infundado de hecatombes cataclísmicas, pero me
pregunto: ¿No estamos dando por sentado demasiado?
Me
refiero a las cosas importantes, las verdaderas cosas importantes, porque aún
si las famosas profecías no se cumplen, el conteo al fin del mundo continuara
inevitablemente y a más tardar en 5,500,000,000 años más el sol incinerara o
devorara nuestro planeta mientras se convierte en una estrella roja gigante y
eso significará el fin de todo, incluidos mausoleos, perpetuidades, monumentos
y cualquier otro ornamento dedicado al hedonismo humano. Si no hemos
desaparecido hasta ese momento, es posible que hasta allí llegue la trascendencia
humana, y si lo hace en ese momento, la tercera ley de la termodinámica de
encargará que el mismo universo llegué a su fin.
Si
se acabara el mundo el día de hoy, ¿sentiríamos que nuestra vida fue lo que
tenía que ser? Yo suelo pensar que no temo morir, porque nunca temí vivir,
traté de no quedarme con ganas de nada, traté de vivir pensando que iba a
morir, así cada momento significo algo para mí. Y no se trata de obsesionarse
con la muerte, sino de obsesionarse con la vida, que al final, es lo único que
tenemos con certeza. Dedicar la vida a trascender, en esa perspectiva, parece
una perdida de tiempo, tal vez lo mejor sea dedicar la vida simplemente a
vivirla.