Es interesante la forma en que los seres humanos nos inventamos ciclos, para ubicarnos desde afuera de ellos, y poder tener la perspectiva de que dichos ciclos circulan a nuestro alrededor, que somos el centro de algo. El ciclo vida-muerte del ser humano es llenado con microciclos que se abren y se cierran y distraen la atención de lo fugaz de la existencia. Tal vez parezca obsecado con la mortandad del hombre, pero es que solo a través de la conciencia de la verdadera levedad de la vida, es que se aprecia la vida misma realmente.
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Dentro de estos ciclos, el más común es el del año nuevo, que es la medida de la vida, en el que concurren esperanzas, planes, proyectos y propósitos; es el catalizador de la mejora continúa que todos esperamos, o más bien con la que todos soñamos.
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Me viene a la mente especialmente una escena de la película Bis ans ende der welt de Wenders, en la que logra confluir magistralmente el dolor, la ilusión y la esperanza; amalgamándolos durante un, precisamente, año nuevo, magnífiamente musicalizada por Solveig Dommartin entre un grupo de músicos improvisados (entre ellos Sam Neill al piano) interpretando Thank you for the days de Elvis Costello, festejando con júbilo en medio de la zozobra de no saber si el mundo ha acabado. Síntesis fiel del espíritu humano.
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Wenders nos muestra los ciclos de forma simultanea, símbolos de fin y de principio: el fin del mundo, la muerte, el incipiente romance, el año nuevo. Tenemos la consigna que todo tiene un principio, y que cada principio tiene su final.
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Aprovechemos entonces el ciclo que empieza.
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