Desde hace unos días se presenta en el Museo Universitario de la Cultura y las Artes (MUCA) la instalación del fotógrafo y (polémico) artista conceptual Spencer Tunick en la Ciudad de México. De la obra del artista ya se ha escrito mucho, tanto de sus trabajos que antecedieron, como del que rebaso en convocatoria a todos los anteriores, y exactamente la numerosa convocatoria es lo que llama tanto la atención en este asunto, cómo es que esta ciudad, que cuenta con un estigma de tradiciones morales como una de sus características definitorias. y de cómo dentro de dicha sociedad conservadora en principio, surge una conciencia cosmopolita, incluyente y tolerante, cuyos vértices empiezan a despuntar.
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Dicha exposición en el museo nos muestra, curiosamente, como el trabajo del fotógrafo Tunick es rebasado por un espíritu de libertad, que se hallaba oculto, agazapado entre las paredes de esta ciudad, una ciudad conocida por su prejuicios: el de los tatuajes, el del peinado de cacatúa, el joto, el gordo, etcétera, pero cuando se lleva la piel hacia el viento no solo de desnuda el cuerpo, queda también expuesta nuestra humanidad, todos los adjetivos caen al suelo, quedan junto a la ropa, que después de unos minutos deja de tener significado. Todo queda color carne, que unifica mientras se conserva la individualidad, un uniforme que no uniforma.
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La foto solo queda para la anécdota. Este es la punta del iceberg, estamos cansados de estar en el colonialismo social, y obviamente el desnudarse no nos saca de él, sino que demuestra que estamos listos a derrumbar tabúes, cambiar nuestra mentalidad, abrirnos a otras expectativas. Simplemente queremos más.